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Pegó el grito y estalló. Su voz se quebró, se deshizo en un grito y corrió…

Corrió la voz en el viento. Como fugitivos escaparon para no volver.

Todo se apagó. Todo quedó a oscuras, no había ni una luz en el mundo.

Alguien se figuró el mundo como lo que realmente era: una sucesión, un conglomerado, un ida y vuelta incesante, imparable. Todos corren atrás del tiempo, corren pero nunca alcanzan. Todos están presentes en todas partes y en ningún lado.

Hasta que llega aquel día dónde nadie puede correr porque el corazón no late; donde no hace falta marchar al compás del tiempo porque los segundos no cuentan, donde nadie tiene miedo porque ya nada le puede ser arrebatado.

Poder decir antes fue querer decir y después … después todo se convirtió en silencio.

“Pronto, muy pronto… – pensó – Todo lo dicho no será más que volvo; lo no dicho también ha de ser callado, guardado bajo llave, ante esta inminente invasión del sin sentido.”

Todo sería polvo, alma y cuerpo del hoy y del ayer serían lo mismo.

En un solo instante se figuró a si misma como un punto insignificante en el interminable espacio azul que es el cielo que imaginamos porque en realidad no existe. Y aún sabiendo que no existe cuando es gris nos atrae el llanto. Y así son las cosas que no vemos, que creemos imaginar, que no tenemos. Nuestra pequeña esencia se conforma con darles un alma y hacerlos reales y sentirnos menos insignificantes sólo porque podemos creer en ellos, sólo porque tenemos cerca un pedazo de cielo. Pero la verdad es que el cielo no existe, que tan sólo es una ilusión más producto de la imaginación.

Quizás he perdido la razón. ¿Qué razón? He chocado con un abismo y quiero saltar. ¿Habré perdido la razón? Algo está como no debe de estar. Hay que parar.

¿Parar cómo? Ya no quiero sufrir más… ¿Continuar cómo? …

Todo se calló; de repente no hubo un solo pensamiento más en el aire. Se detuvo el tiempo… Miró por la ventana y finalmente cayó...



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