Las hojas verdes, manchadas por el sol. Ese árbol, más que una simple planta se convierte en un refugio para estas humildes aves. Mientras descansan de su vuelo; observan el mundo que tienen a sus pies. Ven los autos, las personas, el colectivo que despide una humareda asquerosa que luego se alojará sobre las cabezas de estos pequeños animalitos. Un nene llorando camina por la vereda; aquel puesto de flores remachado con cables y cartones vende polvo blanco a toda hora y las flores nunca se van. Es la esquina de un colegio, en dónde te suelen educar.

Todo esto es tan sólo una imagen, aburrida, demasiado cotidiana, carente de acción, relativamente sana. Así veo nuestro mundo, tan vacío, tan sucio, tan incomprensible.

Nada tiene sentido en las estrechas mentes de estas viajeras del cielo: El día y la noche; una lágrima o una sonrisa; la mirada perdida de alguien que no sabe a dónde ir. Viven en otro mundo, paralelo al nuestro. Están aquí, al lado nuestro pero no entienden lo mal que se siente no poder volar. No saben que el delirio más grande implica tocar el cielo con la manos, besar una estrella y llegar más allá. No festejan cada sensación; no pintan nubes de colores ni sueñan con los ojos abiertos.

¿ Por qué el hombre jamás descubre la magia que lleva en su interior? El amor, la fuerza más extraña que hay en este mundo. Capaz de curar todo, y entender lo inexplicable. El amor de la familia, de un amigo, el amor hasta la eternidad...

Este mundo, es un misterio. Aunque hoy mi mirada esté perdida y no sepa a dónde ir. Aunque no pueda volar, y me sienta aprisionada sé que sólo hay una manera de poder vivir: