Se sube a ese tren que llega en el momento justo. Está cansado, sin aliento, se siente perdido no sabe a dónde ir. Su cabeza da vueltas, se siente aprisionado por los miedos, presionado, agotado de tanto luchar, tan seco en esperanzas como si fuera un basto desierto.

Y frente a él aparece un día esta oportunidad, esta liberación, es un decisión que debe tomar, y no puede descansarse en el tiempo. Tiene que elegir entre el miedo y el dolor.

El desasosiego siempre lo acompaña en sus noches de desvelo, en sus años de adolescente, fue su amigo más fiel. En aquellos años, no supo crecer, no tuvo valor suficiente para largarse al mundo echo todo un hombre. No supo defender sus sueños. Morirá en el olvido de aquellos que lo conocieron, se apartó del mundo buscando un refugio para el dolor, la timidez, la inseguridad...

Se dice que uno nace llorando, y desde ahí siempre aparece una buena ocasión, para descargar el alma. El dolor, es lo más humano que hay en esta tierra. Causar dolor, ver dolor, sufrirlo, compartirlo, negarlo, ocultarlo, evitarlo, disfrazarlo. Ese fue su escape. El camino fue fácil, sencillo, no se necesita demasiado para volverse un ser completamente despreciable, y en sus años de vida conoció vario ejemplares.

Sigue su mente turbada mientras viaja en el tren. Siguen sus pensamientos vivos como abejas que aguijonean su alma. Sigue tan inseguro como siempre, pensado en los otros, pensado en no experimentar el riesgo de vivir, y llevar a cuestas la vida que uno elige. Hoy le cuesta dormir, más sus sueños están tan muertos que sólo el alcohol puede reemplazar ese vacío.

Recuerda aquel amor, el primero, el más puro. Esos besos tan suaves, inocentes, primerizos. Recuerda que la dejó ir, no sabe bien porqué. Tal vez no quiera recordar lo cobarde que se sintió aquélla noche, ni todas las mentiras que malévolamente dijo a su amada. Y mientras ve las imágenes en color sepia, florecen en su pecho miles de cuchillos que se clavan sin piedad, y es que su corazón se rompió en pedazos abruptamente.

Y así atravesó los días, las décadas. Transitó tantas sombras, tantas noches en soledad. Con un poco de alcohol siempre calmaba el frío, se despedía de su apestosa realidad por un rato, y lograba soñar, mujeres hermosas, besos de néctar derramándose por toda su piel. Serpientes de fuego, brillan frente a sus ojos, las toca y se quema y descubre que su materia es más que un simple sueño.

Y hoy este hombre va caminando por la vida, transitando la mima calle que yo, lo veo en la vereda de enfrente, lo veo arrodillado al piso. ¿Estará pidiendo perdón por todos sus pecados? ¿Habrá visto a la muerte pasar por su lado y le rogó una segunda oportunidad? Tal vez está pidiendo a Dios que acabe con su insignificante existencia. Ya no puede ni levantarse de sus propias rodillas. El rigor de los años lo tiró de cara al piso, le quitó el aliento. Suplicante, débil, desalmado, reprimido, ahogado, moribundo. En tan sólo un instante, el viento se llevó sus penas. Su ultima lagrima, rodaba por su rostro, cuando su corazón roído por el tiempo detuvo su latir.

En ese ultimo instante sólo la imagen de su amada cruzó sus ojos, y ese ángel que le dio la vida, y el lo dejó partir. Era el mismo ángel que ahora lo vino a buscar.

Como quien muere por suicidio, como un ataque al corazón repentino te deja tirado, como esa bala que nunca viste de qué manera atravesó tu pecho.